Impacto de las mordeduras de perro en pacientes pediátricos atendidos en el servicio de urgencias de una ciudad costera inglesa
Kene Maduemem et al. (2025)
Las mordeduras de perro son un problema de salud pública a menudo subestimado. Aunque no se conocen con precisión las cifras globales, la Organización Mundial de la Salud estima que cada año decenas de millones de personas sufren este tipo de lesiones, siendo los niños el grupo más afectado.
En la infancia, estas lesiones pueden ser potencialmente mortales o tener un impacto duradero en la vida de los menores y sus familias. Las consecuencias psicológicas son relevantes, aunque difíciles de medir, y su prevención es fundamental.
Los menores de entre uno y 14 años son los más vulnerables, y las lesiones en cabeza y cuello —especialmente frecuentes en este grupo— aumentan el riesgo de complicaciones. En este contexto, conocer el perfil de los casos y las circunstancias en que se producen es clave para reducir su incidencia y gravedad.
En el Reino Unido, la ciudad de Blackpool presenta uno de los niveles más altos de privación socioeconómica del país. Su hospital infantil es un punto de observación clave para comprender la magnitud de este problema. Entre septiembre de 2021 y septiembre de 2023, su servicio de urgencias pediátricas registró más de 170 casos de mordeduras de perro en menores de 16 años.
Este estudio, realizado por el Dr. Maduemem y su equipo, analiza quiénes fueron los pacientes, cómo se produjeron las lesiones y qué medidas podrían contribuir a prevenirlas.
¿Cómo se investigó?
Este trabajo se llevó a cabo en el servicio de urgencias pediátricas del Hospital Victoria de Blackpool, en el noroeste de Inglaterra. Se revisaron de forma retrospectiva las historias clínicas electrónicas de todos los pacientes menores de 16 años que acudieron por mordeduras de perro entre el 1 de septiembre de 2021 y el 30 de septiembre de 2023.
Para entrar en el estudio, las lesiones debían ser mordeduras con herida; se excluyeron los golpes o arañazos sin perforación de la piel. Se registraron datos como la edad y el sexo del paciente, la raza del perro, el lugar donde ocurrió el incidente, si hubo provocación previa, si un adulto estaba presente, la familiaridad con el perro, la localización de la lesión, la existencia de problemas de protección infantil, el tratamiento recibido y el resultado de la atención.
Los investigadores también analizaron si había relación entre conocer o no al perro y la localización o gravedad de la lesión. La información se trató de forma anónima y el proyecto fue clasificado como una evaluación de servicio, por lo que no necesitó aprobación ética formal.
Principales hallazgos del estudio
Durante el periodo estudiado, se atendieron 172 menores de 16 años por mordeduras de perro, con una edad media de 7 años y ligero predominio masculino. Casi dos de cada tres tenían menos de 10 años.

Figura 1. Distribución por edad de los menores atendidos por mordeduras de perro.
Más de la mitad de los casos se produjeron en menores de 10 años, con una concentración notable entre los 5 y 9 años. Este patrón coincide con lo descrito en otros estudios, que señalan a la primera década de vida como el periodo de mayor vulnerabilidad frente a este tipo de lesiones.
Más de tres cuartas partes de los incidentes ocurrieron en interiores, sobre todo en la propia casa del niño, y en casi el 80% de los casos el perro era conocido. Aunque en el 44% de las mordeduras hubo provocación previa, en la mayoría de los episodios había un adulto presente, lo que muestra que la supervisión pasiva no siempre es suficiente.
La cara fue la zona más afectada, seguida de las manos y brazos. Las lesiones faciales se dieron sobre todo con perros familiares. Un 14,5% de los niños necesitó atención especializada, y aunque algunas heridas fueron causadas por razas grandes, también se registraron casos graves con perros pequeños o medianos.

Figura 2. Partes del cuerpo afectadas por las mordeduras de perro.
La cara fue la zona más afectada (51,2%), seguida de extremidades superiores (30,8%) y extremidades inferiores (14%). Este patrón se relaciona con la estatura y forma de interactuar de los niños con los perros.

En tres de cada cuatro casos se prescribieron antibióticos, principalmente amoxicilina con ácido clavulánico, y la mayoría de las heridas se limpiaron en el momento, aplicando cierre o sutura solo cuando fue necesario.
Lo que significa y por qué importa.
La mayoría de las mordeduras se produjeron con perros conocidos y dentro del hogar, algo que coincide con otros estudios y refleja la falsa sensación de seguridad que puede dar la convivencia diaria.
En el 89% de los casos había un adulto presente, lo que demuestra que la supervisión pasiva no basta: es necesaria una vigilancia activa que identifique y evite interacciones de riesgo.
Los más pequeños sufrieron sobre todo lesiones en la cara y el cuello, mientras que en los mayores fueron más comunes en las extremidades. Hubo casos graves provocados tanto por razas grandes como por perros pequeños o medianos, lo que recuerda que cualquier perro puede causar daño.
La elevada incidencia en Blackpool podría estar relacionada con factores socioeconómicos, lo que sugiere que las campañas de prevención y educación deberían centrarse en las comunidades más vulnerables.
Implicaciones y prevención
El estudio viene a decir que las mordeduras de perro son prevenibles y que la educación es clave para reducir su incidencia. Las familias y cuidadores deben aprender a reconocer señales de incomodidad o estrés en el perro y evitar interacciones de riesgo, incluso con animales conocidos.
La supervisión efectiva implica atención activa, no solo presencia física. Modelar un comportamiento responsable y enseñar a los menores a interactuar de forma segura es fundamental desde edades tempranas.
En contextos con alta privación socioeconómica, como Blackpool, las intervenciones comunitarias y la priorización de recursos pueden tener un impacto significativo. También es importante abordar las posibles secuelas psicológicas, que pueden persistir mucho tiempo después de la lesión.
El hospital que realizó este estudio ya ha puesto en marcha acciones concretas: una hoja informativa sobre interacciones seguras, disponible en su sala de espera, una guía para estandarizar la prescripción de antibióticos y un formulario digital para mejorar el registro de datos clave, como la raza del perro o la notificación a la policía.
Figura 3. Lugar donde ocurrió la mordedura de perro.
La mitad de los incidentes tuvieron lugar en la propia casa del menor y casi ocho de cada diez en entornos interiores. Este patrón refuerza la importancia de la supervisión activa incluso con perros conocidos y en espacios familiares.
Cierre y reflexión final.
Las mordeduras de perro en la infancia no son accidentes inevitables. Este estudio nos pone sobre la mesa que, con la información y las medidas adecuadas, es posible reducir su frecuencia y gravedad. La educación, la supervisión activa y el compromiso de las familias, comunidades y servicios de salud son piezas clave en esta tarea.
Prevenir significa ir más allá de curar heridas: implica crear entornos seguros donde los niños puedan relacionarse con los animales de forma respetuosa y positiva, minimizando los riesgos para ambas partes. Las soluciones más efectivas surgen de la colaboración entre profesionales de distintas áreas y de la participación activa de la comunidad.
La evidencia es clara: cualquier perro, en determinadas circunstancias, puede morder. Por eso, la prevención no depende solo de la raza o el tamaño del animal, sino de cómo entendemos, enseñamos y cuidamos la interacción entre personas y perros.
¿Quieres conocer todos los detalles técnicos y explorar el estudio completo?
📄 Puedes acceder al artículo original (en inglés), publicado en Cureus, a través de este enlace::
👉 DOI: 10.7759/cureus.84307
Cita: Maduemem, K., Hey, C., Anakebe, K., Boorenie, M., Watkinson, L., Hey, C. J., y Watkinson, O. (2025). Burden of Paediatric Dog Bite Injuries on the Emergency Department of an English Coastal Town. Cureus, 17(5)
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